Texto expuesto en las Jornadas Rolando Chuaqui del año 2011¹. Ver PDF
Ingresó a la escuela de medicina de la Universidad de Chile en 1953. Había sido un alumno excelente en el Instituto Nacional, a la sazón, probablemente el mejor liceo del país; alumno sobresaliente excepto, a pesar de su esfuerzo, en gimnasia y especialmente en todo lo que tuviera que ver con destreza de mano: dibujo y trabajos manuales le eran casi una tortura. La falta extrema de habilidad manual era en él como el negativo de su capacidad intelectual. Esa torpeza, conocida en grados menores en otros miembros de su línea paterna, quedó gradado en un hecho singular: siendo niño decidió un día dormir con zapatos para no tener que volver a anudárselos. No se sabe cuantas veces llevaba durmiendo así hasta la noche en que lo sorprendió su madre. Se entiende que después la disección en anatomía y la técnica quirúrgica le fueran muy molestas. Su escritura era característica. La caligrafía parecía haberse quedado detenida en el aprendizaje escolar. Tenía una letra de niño, similar a la de uno de sus tíos paternos, grande, clara e irregular. En el pizarrón los renglones se le incurvaban siempre hacia abajo; a veces, hasta cerca de la vertical.
El alto puntaje obtenido en el bachillerato y la brillante prueba de admisión rendida en la Universidad Católica, prueba que el ex Rector recordó años atrás en sus palabras de homenaje a Rolando, le permitieron elegir entre esa Universidad y la de Chile. Optó por esta última, de mayor prestigio en ese entonces. En la decisión de estudiar medicina de ese joven de 17 años, al que le interesaba todo el saber y nada intelectual le era difícil, gravitaron los mismos factores que atraían a tantos otros jóvenes a esta carrera: el hombre en el centro del estudio, el amplísimo espectro de las disciplinas médicas, desde la biofísica hasta la psiquiatría; el desafío de sobrellevar la carrera en ese entonces quizás la más pesada, y tal vez también el alto rango social. En el caso de Rolando, había, además, familiares médicos respetables. Está claro, sí, que el quehacer con las matemáticas en el liceo no había sido suficiente para despertar el talento matemático latente. Muchos años después, el matemático maduro, sopesando lo que le aportaron los estudios médicos y lo que le privaron de hacer, diría que fue una mala decisión: el programa formal de matemáticas lo inició a los 27 años.
El primer año de la carrera de medicina y parte del segundo trascurrieron tal como era de esperar: Rolando, dedicado al estudio con afán y, naturalmente, con altas calificaciones. Pero entonces ocurrió un hecho que, tal como se dieron las circunstancias, fue decisivo: se le ofreció asistir a clases particulares de fundamentos de las matemáticas que daría el profesor Grandjot. Rolando aceptó gustoso, y así quedó fijado un nuevo rumbo en su vida.
Carlos Grandjot, nacido en Kassel en 1900, había llegado a Chile a fines de los años 20 junto con otros científicos alemanes, entre ellos, el lingüista Rodolfo Lenz, contratados por el gobierno chileno. Había hecho sus estudios en Gotinga, discípulo de Hilbert y Landau, se había doctorado a los 22 años con una tesis sobre los axiomas de Peano, en la que demostró que uno de los axiomas no era independiente. Había colaborado con Landau en la redacción del tratado Zahlentheorie. Era un hombre muy culto, versado en muchos idiomas, amante de la música, muy instruido en ciencias naturales y un experto en botánica, campo en el que tenía algunas publicaciones sobre géneros y especies descubiertos por él en Chile.
Las clases eran una vez por semana, los ´sábados por la tarde o los domingos en la mañana, también, durante parte de las vacaciones. El profesor Grandjot usaba en estas clases un cuaderno en lugar de pizarrón. Se llenaron varios cuadernos con sus notas, de los que se conserva la mayoría. Las tareas consistían generalmente en el ejercicio de demostrar algún teorema ya resuelto. Rolando las hacía con mucha facilidad.
El profesor Grandjot era de la escuela formalista, y el primer tema y uno de los más largos, fue lógica. Rolando devoró los dos libros recomendados como apoyo de las clases: el introductorio de Tarski y Methods of Logic de Quine. Una obra que tómo meses de estudio e impresionó mucho a Rolando fue Der logische Aufbau der Welt de Carnap. Fue lo primero que conoció de este autor. A pensar de la traducción a tropezones que tenía que escuchar, pues aun no sabía alemán, comprendía las ideas sin dificultad y las comentaba. El segundo tema que eligió el profesor Grandjot fue la geometría de Bolyai-Lobachevsky, que trató en forma axiomática. También tomó muchas clases.
Pero a esa altura ya comenzaba a desplegarse con vigor e independencia el talento matemático de Rolando. Libros había pocos en plaza, y así se hizo cliente de una librería con más libros de estas materias y que, además, los importaban a buen precio y con rapidez. Era la librería de Don Oscar Martín, un profesor de matemáticas de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile con estudios en Inglaterra. Y así empezó a crecer rápidamente la biblioteca, con obras de Hilbert, Carnap, Quine, con los Principia Mathematica de Russell y otros más. Los libros no eran provisión para el futuro, los iba estudiando tan pronto podía siguiendo las ideas que quería profundizar.
Rolando llevaba una vida tranquila y ordenada, lógica y matemáticas consumían casi todo el tiempo libre, pero siempre quedaba algo para la lectura de algún tema religioso, para ir a misa con devoción y para la música. Hasta antes de iniciar las clases particulares solía leer mucho de historia. Al ingresar a la Escuela era, digamos, Bethoveniano, pero a poco andar lo cautivó Bach, después descubriría a Mozart. Beethoven no volvió nunca más a atraerlo como antes. Pero Rolando siempre fue sensible a toda la música, sabía apreciar también a los románticos y a los modernos. Un aspecto esencial en su vida lo constituyó el apoyo racional que fue construyendo a su fe religiosa: lo trágico también encontraba una explicación. De ahí, la paz, la fortaleza y el optimismo admirables de su espíritu. Era un hombre bondadoso e ingenuo. La vehemencia fue un rasgo de aparición tardía. Asistía a clases con estricta regularidad. Tomaba pocos apuntes. Su mente estaba dirigida siempre a entresacar las ideas medulares. Pero en medicina poco es lo que se puede deducir y mucho lo que hay que memorizar y aprender empíricamente. Así, en 4° y 5° años había que estar 4 horas diarias practicando en las salas de enfermos antes de la clase del mediodía. Para el futuro matemático, aunque estuviera interesado en la lógica del diagnóstico médico, esa práctica sería una perdida de tiempo. No obstante, fue un alumno destacado. Hizo las Clínicas en el Servicio que era la cumbre de la medicina chilena: la cátedra del profesor Hernán Alessandri, cátedra que tenía muchos médicos eminentes. Fue famosa la discusión que tuvo frente a compañeros de curso con uno de estos especialistas sobre la proporción en que normalmente se eliminaba el nitrógeno en la orina. Rolando había aprendido mucho del curso de bioquímica hecho en 2° año y en la discusión no dio su brazo a torcer. El médico le dio 24 horas para repensar el asunto. Rolando volvió a estudiar el tema. Llegado el momento, el médico le preguntó si ahora reconocía su error, pero en lugar de eso expuso una argumentación más acabada en favor de su tesis. Entonces el especialista lo echó diciéndole que no lo quería ver más en la sala. Cada vez que entraba ese médico Rolando interrumpía su labor y salía en silencio hasta que aquel se fuera. Así pasaron los días hasta que el médico, en tono de reconciliación, volvió a preguntarle si había cambiado su postura. Naturalmente dijo que no, el médico aceptó tácitamente la posición de Rolando permitiéndole seguir en la sala como de costumbre.
Las clases continuaron con algo de teoría de los números, algunos juegos matemáticos y álgebra moderna. El profesor Grandjot consideró necesario que se estudiara cálculo, cosa que él mismo no iba a enseñar y que se podía aprender con otro profesor. Pero habló de Courant, a quién había conocido en Gotinga, y de cómo una vez ese profesor había hecho primero el curso de cálculo integral y luego el de cálculo diferencial. Luego recomendó a un joven docente de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile: Egbert Hesse. De manera que Rolando comenzó a tener dos clases privadas por semana. Las clases de cálculo duraron poco por razones de horario, pero lo de Courant sirvió: Rolando adquirió la obra y estudió por su cuenta el primer volumen de punta a cabo resolviendo todos los problemas, salvo los marcados con asterisco por razones de tiempo. Demoró relativamente poco en esto. En ese tiempo un gran fisiólogo norteamericano publicó un librito en que, entre otras cosas, exponía un método geométrico para calcular la presión capilar media de oxígeno en el pulmón. Surgió la pregunta de si era posible calcular ese valor en forma analítica, y con ayuda del profesor Grandjot se llegó a una integral numérica con que se obtenían resultados mucho más precisos que con el método geométrico. El especialista en pulmón de la cátedra de profesor Alessandri quedó tan impresionado que mandó el trabajo a una revista norteamericana; pero le respondieron que el método era muy complicado y no lo publicaron. Pero esto se supo en la cátedra, y varios médicos se acercaron para que se les hiciera clases de cálculo. Rolando hizo algunas, pero pronto se apagó el interés frente a lo difícil que resultaba la materia a esos médicos. Entretanto el profesor Grandjot se detenía en teoría de grupos. Trato a los grupos de Galois y dio como tarea construir modelos de cartón para explicar los grupos de los poliedros irregulares. Después de estudiar los cuerpos, anillos, ideales, y grupos, Rolando comentó que los matemáticos usaban palabras fáciles para las ideas difíciles y, en cambio, los médicos palabras difíciles para ideas fáciles. Pero en verdad, al contrario de la gente común, a él cuanto más abstracto era algo tanto más fácil le era. Parecía no sentirse a sus anchas en el campo de la geometría.
Por esa época, otro libro de Carnap, Introduction to Semantics, impresionó a Rolando tal vez más que todos los que había leído. Basándose en esa obra dio una charla en la naciente Sociedad Chilena de Lógica Simbólica, Filosofía y Fundamentos de las Matemáticas. La Sociedad se acababa de formar con el entusiasmo del profesor Stahl, dedicado a la lógica. A la salida de la charla el profesor Grandjot dijo: “¡Las alturas a que ha llegado Roli!” Se entendió como si estuviera diciendo que en esa materia él ya no le podía enseñar más. De hecho, las clases duraron muy poco más.
En el 6° año Rolando había tomado una doble decisión: por un lado, dedicarse a las matemáticas y, por otro, terminar la carrera de medicina. En ese año otra parte práctica de la medicina se le hizo muy desagradable: la atención de partos especialmente por la episiotomía que había que hacer a veces; episiotomía es una palabra difícil para una idea fácil: sección del periné. Más tarde también le fueron muy molestos los turnos en la posta de urgencia, donde los estudiantes tenían que atender, entre otros, a los borrachos con heridas en la cabeza suturándoles el cuero cabelludo. La anestesia no era necesaria.
En fin, se recibió con altísimas calificaciones y durante un par de años, mientras gestionaba la aceptación a Berkeley, fue ayudante de la cátedra de Bioquímica. Sus antecedentes en matemáticas eran dos: el Bachillerato con mención en Matemáticas, que había rendido durante la carrera de medicina, y una carta de recomendación del profesor Grandjot. Sería interesante conocer esta carta, que al parecer decidió favorablemente la solicitud de ingreso. Muchos años después, Rolando, con motivo de su incorporación a la Academia Chilena de Ciencias, se refirió a su decisión de dedicarse a las matemáticas diciendo que, en las circunstancias que la había tomado, el riesgo de fracaso era grande, pero que en la vida había que correr riesgos para hacer cosas importantes.
Benedicto Chuaqui Jahiatt²
Año 2001
¹Agradecemos a la Familia Chuaqui por haber guardado y habernos prestado este texto para su publicación.
² Benedicto Chuaqui Jahiatt (23 de mayo de 1934 – 20 de junio de 2003), primo de Rolando Chuaqui Kettlun, fue un renombrado patólogo y profesor titular de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile.